Pedro Diego Pérez Casanova comenzó muy joven realizando rótulos y pintando coches en el taller de reparación de automóviles propiedad de su padre en La Palma.
Fue sintiendo la necesidad de ampliar su conocimiento y lo hizo con la adquisición de libros de pintura e iniciando su itinerario académico en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Murcia. Con ese bagaje se estrena en público con una exposición de sus primeros cuadros en el Centro Cívico de La Palma, durante las Fiestas Patronales del año 1991. Aquí saco pecho, perdonen la inmodestia, para comentar que fue un servidor quien se lo propuso. Destacaba en aquella muestra primigenia los paisajes de nuestro campo, el puerto cartagenero, retratos y, cómo no, el templo parroquial palmesano y su torre «majestuosa y señorial, que no pasa desapercibida», en palabras del propio pintor. Sí, he dicho retratos y buenos, aunque su producción pictórica posterior no ha desarrollado tanto este aspecto como sus paisajes y bodegones. Los molinos de viento le gustan por las texturas y el colorido desplegado en la gama de ocres, grises y marrones.
Pedro es un artista muy reconocido como podemos apreciar al echar un vistazo a sus numerosos primeros premios cosechados en diversos certámenes por toda la geografía hispana, sus aclamadas exposiciones en Alicante, Murcia, Lorca y Cartagena. Sin olvidar las colectivas que han llevado sus telas a Portugal o Bélgica, y que son muchos los coleccionistas de cualquier lugar de España que poseen un Pérez Casanova, porque es un pintor que vende muy bien.
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Autor: José Sánchez Conesa.
Fuente: Diario La Verdad.
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