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lunes, 25 de agosto de 2014

El paraíso de la playa.

Hubo un tiempo en que las gentes del campo se bañaban en las acequias y las balsas destinadas al riego agrícola. Lúdica actividad que se cobró, por desgracia, más de un muerto, como ocurrió en una ocasión en El Palmero de La Aljorra, con el resultado de tres ahogados.

Los de Lobosillo se sumergían en el pantano de Villa Antonia, y era tal la animación que mi informante me contaba que los más avispados montaban puestos de «refrescos de limón y naranja 'escurría', una patata 'cocía' con una 'miaja' de canela». Se jugaba a los bolos y a una competición cruel con los animales que hoy día sería impensable pues se enterraba a un pollo en el suelo, con la cabeza fuera para que los concursantes situados a una determinada distancia arrojasen piedras, cinco a 15 céntimos, llevándose el preciado ave aquel que le diese en la testa. Esta actividad festiva o deporte rural cruel formaba parte de muchos programas festeros en nuestra tierra, en Santa Ana hasta hace algo más de treinta años.

Muchas localidades celebraban fiestas patronales durante el estío y hasta los caseríos organizaban sencillas fiestas veraniegas con meriendas, bailes a cargo de los músicos del propio vecindario o simplemente con gramófono, cintas en bicicleta para los infantes y poco más. Era muy apreciada la horchata de almendra, en muchos casos de elaboración casera, con la que se obsequiaba a los vecinos que ayudaban desinteresadamente a descascarar almendra en las siestas o por las noches, al fresco. Otros le pegaban buenos tientos a la cántara que contenía 'paloma', nombre debido al color blanquecino resultado de mezclar agua fresca del aljibe y una chorraica de anís cazalla, nunca dulce. Los que venían acalorados de trabajar en el campo solían verter un poco de vinagre al agua y una cucharada de azúcar para endulzar la bebida que tanto los refrescaba.

El baño en la playa se limitaba, para muchos, al día de Santiago y al de la Virgen de agosto. Me han comentado en muchas ocasiones que las familias alquilaban casas o más bien habitaciones con derecho a cocina en Los Alcázares, por unos días, y hasta allí marchaban con una tartana o un carro cargado de jaulas de pollos, conejos vivos y gavillas de leña para cocinarlos en la semana de asueto. Guardaban un morcón grande y hasta un jamón de la matanza de Pascua para el veraneo. El baño era por la mañana, por la tarde el paseo y el baile llegaba con la noche, en el club frente al hotel balneario La Encarnación, una gran plataforma de madera que se adentraba en el mar. Otro lugar muy frecuentado por los danzantes era el San Antonio, aún en pie sobre la mar chica. En la terraza de La Encarnación, establecimiento centenario, los artistas y sus orquestas amenizaban las horas, costumbre que se sigue conservando con éxito. En el Café de la Feria cantaban estrellas de la canción como Antonio Machín o de la revista como Celia Gámez. Muy cerca, en el bar La Tropical, cada día más pujante, se consumían con avidez los célebres 'blancos y negros'.

Si los huertanicos se instalaban en la zona comprendida entre el carril de las palmeras hacía Los Narejos, los 'campocartageneros' lo hacían más bien en la Bocarrambla. En sus inmediaciones, zona militar perteneciente a la base aérea, se conserva aún una abandonada vivienda, conocida como Casa del Cura, que se dice fue ocupada por el aviador Ramón Franco y su pareja, que no pasaron por el altar. Allí clavaban cuatro palos o cuatro hierros para sostener una lona o algunas mantas por sombraje. Este sencillo habitáculo facilitaba la estancia por unos días o incluso una o dos semanas, como mucho. Los hombres marchaban por la mañana a sus faenas, regresando al anochecer y las mujeres y los niños quedaban en el campamento estival. Hasta finales de los años 70 se observaban gran número de camiones y furgonetas los fines de semana. Toda una acampada salvaje, pero muy familiar.

Otros preferían establecerse en Los Urrutias o Los Nietos. Por proximidad geográfica los moradores de la zona oeste se desplazaban en carros o bicicletas hasta Puerto de Mazarrón, Isla Plana, La Azohía o La Chapineta. El Puerto llegó a ser conocido como Villa Jarapa debido a la gran cantidad de barracas levantadas por los bañistas.

Las mujeres de antes se confeccionaban sus propios bañadores con sacos de hilo que contenían el azúcar en las tiendas. Recuerdan a una señora muy graciosa y muy gruesa de Los Vivancos (Fuente Álamo) enfundada en un traje de baño de aquellos tan rudimentarios, con un letrero en el trasero que decía: «Se alquila la parte de atrás, que la de delante es p'a que trabaje mi marido». 
 
Autor: José Sánchez Conesa, "El Tío del Saco".

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